Huejotzingo ha sido, por décadas, un escenario recurrente de excesos disfrazados de tradición. Las “guerritas de pirotecnia” del 24 y 31 de diciembre eran el epítome de una costumbre desbordada: calles tomadas por adultos con cohetes de alta potencia, niños imitando un juego peligroso, y una comunidad entera resignada al caos, al miedo y a los inevitables saldos trágicos.
El panorama era sombrío. Hace dos años, una guerra de estas dejó un vehículo calcinado y una casa en ruinas, afectando a familias que no tenían nada que ver. Antes de eso, hubo quemaduras graves y hasta un acuchillado. Y mientras todo esto sucedía, las administraciones pasadas optaban por lo más fácil: ignorar el problema. Esas autoridades, cómplices de su propia incapacidad, decidieron normalizar el peligro en nombre de un “respeto” mal entendido por las tradiciones.
Pero todo tiene un límite, y Roberto Solís lo dejó claro. Desde que asumió la presidencia municipal, se comprometió a no repetir los errores de sus antecesores. Sabía que no sería una decisión popular para algunos, pero era necesaria. Este año, con una firmeza inédita en el gobierno de Huejotzingo, se acabaron las guerritas de pirotecnia.
Una decisión que pocos se atreven a tomar
El verdadero liderazgo se mide en las decisiones difíciles, no en las cómodas. Solís no solo enfrentó un problema que parecía enquistado en el ADN del municipio, sino que asumió el costo político de desafiar una tradición que, aunque peligrosa, tenía defensores acérrimos. “El gobierno debe estar para proteger, no para permitir el desorden. Tradición no puede ser sinónimo de impunidad”, declaró el edil con la contundencia que lo caracteriza.
Esta acción, más allá de su impacto inmediato, marca un parteaguas en la historia reciente de Huejotzingo. Por primera vez, el mensaje es claro: el respeto a la ley no es negociable, y la seguridad de los habitantes está por encima de las costumbres que ponen en riesgo sus vidas.
Un llamado a la reflexión colectiva
Las críticas no han faltado, como era de esperarse. Hay quienes argumentan que la tradición debería preservarse, que “siempre ha sido así” y que los excesos son solo accidentes aislados. Pero, ¿de verdad estamos dispuestos a justificar heridos, casas destruidas y vehículos quemados en nombre de una tradición?
Lo que Roberto Solís está haciendo no es solo imponer orden, sino abrir un debate necesario: ¿qué tradiciones vale la pena preservar y cuáles deben transformarse? Si algo ha quedado claro, es que Huejotzingo no puede seguir siendo rehén de costumbres que atentan contra la convivencia y la seguridad.
¿Hacia dónde va Huejotzingo?
El éxito de esta medida no dependerá solo de la mano firme del presidente municipal, sino de la disposición de los huejotzingas para reconocer que el cambio es necesario. Tradiciones más seguras, celebraciones más conscientes y un gobierno que no se doblega ante la presión social: esa es la visión que Solís está trazando para el municipio.
Hoy, Huejotzingo tiene una oportunidad única para demostrar que puede evolucionar sin perder su esencia. Roberto Solís ha dado el primer paso. Ahora, el resto depende de nosotros.